Este es el inicio de la historia “PEQUEÑO HOMBRE DE PAPEL“
Mi tío siempre dijo que aquella fiebre que pescó mi primo fue por la novia que lo dejó, que lo que ocurrió en la feria del pueblo esa tarde no tuvo nada que ver, pero yo escuché a los vecinos comentar que otras personas también se habían asustado a tal punto de regresar con fiebre. Yo tenía ocho años, pero aquella semana de la feria la recuerdo muy bien.
Todo comenzó cuando a mi primo lo dejó su novia, "La Carlota". A mi abuela nunca le agradó, decía que era muy engreída, a pesar de que aceptaba que era una muchacha bonita.
Aquel jueves llegó Carlota muy temprano a la casa de mi abuela, donde vivíamos la mayoría de la familia, incluido Pipo, mi primo. Ambos estuvieron largo rato discutiendo en el cuarto de él hasta que, al fin, ella salió secándose las lágrimas; solo se despidió de María, la señora que nos ayudaba con el oficio.
Yo estaba cerca de la puerta principal y pude ver que cuando puso un pie fuera de la casa empezó a sonreír, incluso se le escapó una pequeña carcajada cuando se dio cuenta de que yo la había visto.
Intenté contárselo a Pipo, pero en ese momento era un mar de llanto y entre todos los sermones de mi abuela y mis tías no pude lograr que me dejaran hablar y rápido me sacaron de la habitación.
Para mí, era ya tiempo de vacaciones, de modo que en aquellos días no tenía que ir a la escuela ni hacer tareas. Había acordado, sin embargo, ayudar a mis tías a preparar la comida y demás golosinas típicas que irían a vender al día siguiente en la feria, día en que iniciaban las fiestas del pueblo. A cambio de mi ayuda, me darían dinero para ir a gastarlo en las distintas atracciones que ahí habría.
Me encontraba entonces en el corredor del patio trasero, en una larga mesa de madera donde envolvía dulces artesanales en papel plástico de colores.
Mi abuela, me sentenciaba en que no debía probar el dulce mientras realizaba aquella tarea, ella era muy estricta en eso. Sin embargo, hubo un momento en el que me dejaron solo y aproveché a tomar un pequeño sobrante de una conserva de coco que, según mi criterio, no era suficiente para hacer una porción completa.
Estaba a punto de meter el pequeño cubito de dulce en mi boca cuando alguien apareció por la puerta del corredor, justo al frente de donde yo me encontraba. Yo me quedé congelado, con la evidencia en la mano.
Para mi sorpresa y alivio, era Pipo, quien con los ojos hinchados y rojos se había quedado con la mirada perdida en los árboles del jardín.
Con un movimiento rápido, pero torpe, devolví el cubito al recipiente que contenía el resto de las porciones. El movimiento debió alertar a mi primo, pues en ese momento se volvió hacia mí.
- Nunca te enamores, Miguel – Me dijo.
- ¿Ahhh? – Le dije, pues en aquellos días, lo menos en lo que pensaba, era en las niñas.
- Las muchachas no harán más que jugar con tu corazón – Dijo, mientras tomaba uno de los dulces ya envueltos en papel de color rojo y lo lanzaba al aire para volverlo a atrapar.
- Luego, lo estrujarán – Su voz, era como si quisiera reír, pero no lograba conseguirlo. Mi corazón de verdad se estrujó, pero solo porque vi intenciones de mi primo en comerse aquel dulce que con tanto esfuerzo había estado envolviendo.
- ¡Pipo espera! – Dije. Mi primo se detuvo al instante.
- No vale la pena – Era como si mi primo estuviera hablando para sí mismo, pues en cuestión de un segundo, desenvolvió el dulce.
- No te comas eso, ¡la abuela los tiene contados! – Pero fue demasiado tarde, Pipo había arrancado una porción de aquel dulce y se la había llevado a la boca.
- Ya nada importa... – Continuó él, mientras masticaba.
Yo, no iba a permitir que mi primo me metiera en problemas, pues si a él no le importaba ya nada, a mi sí. Corrí a su lado y le arrebaté el dulce que aún quedaba en el envoltorio.
- De verdad te lo digo – Dijo, con la boca llena, mientras su mirada había quedado clavada en su mano vacía.
- Ya lo sé – Le dije.
- ¿Qué vas a saber tú? Escucha a tu primo. Solo eres un niño, agradece que te estoy dando consejo.
- Que sí lo sé, pues hasta vi que se estaba riendo cuando salió de aquí.
- ¿Quién se estaba riendo?
- Carlota, claro ¿No estabas hablando de las muchachas? – En ese momento, me puse a recuperar el cubito sobrante de dulce que había estado a punto de comerme para restaurar el que Pipo había pellizcado.
- ¿Cómo? ¿Se estaba riendo de mí? – Su voz hizo que la saliva por comer el dulce le sonara como un gorgorito.
- Pues no sé, solo sé que se estaba riendo – Le dije, mientas le daba forma rectangular al dulce – Yo estaba por la puerta y vi que se reía bajito y cuando ella me vio, se soltó una carcajada, pero se tapó la boca para que no la escucharan.
Pipo había quedado con los ojos tan abiertos, tanto como se lo permitían sus párpados hinchados.
- Ehhh, es decir, es mejor que sea así, ¿no? Pues así, ya sabes que lo hizo a propósito – Le dije, inocente de lo que estaba diciendo.
Pipo pasó de su expresión de enojo a romper de nuevo en llanto, marchándose por la puerta por la que había salido y tapándose la cara.
En mi ignorancia sobre esos temas, había pensado que contarle aquello le mejoraría el humor, pero estaba a punto de descubrir cómo aquello me jugaba en contra. Pipo salió de la casa a los pocos minutos de nuestra breve conversación.
La historia continúa