Previamente: Don Angelo, en aquel rancho de la feria del pueblo, ha realizado un simple pero inexplicable acto de magia. Mientras tanto, el niño protagonista descubre fortuitamente a su primo, Pipo, entre los presentes, justo antes de que ocurra el segundo acto de la tarde.
Al principio, me costó reconocerlo, porque se había puesto ropa de hombre mayor, quizás de mi tío, y también porque se había ajustado una gorra muy cerca de los ojos. Cuando Pipo le dio el papel a don Angelo, su mano temblaba, los otros dos jóvenes con los que se encontraba parecían igual de asustados; algo había en aquel forastero que resultaba intimidante.
Don Angelo tomó el envoltorio de papel, lo aplanó y lo mostró para que todos lo pudieran ver, luego se puso a doblarlo de manera similar a cómo había hecho con el pañuelo, solo que esta vez el crujido del papel resonaba mientras lo hacía. Cuando terminó, todos vimos que aquel papel era ahora una figura de un pequeño hombre de color rojo.
Don Angelo lo colocó sobre la mesa y dio un paso atrás; para sorpresa de todos los presentes, el hombrecillo de papel empezó a caminar alrededor de la mesa con pasos largos y lentos, parecidos a los de su creador.
Su pequeña cabeza también se movía y parecía observar a todos los presentes, quienes se movían hacia atrás cuando "los ojos" del hombrecillo les llegaban. Todo él crujía al moverse.
Yo, sentí mariposas en el estómago al ver aquel acto de magia; el hombrecillo hacía gestos como los de una persona de verdad y al instante pudimos ver a doña Rafaela persignarse de nuevo y salir corriendo a esconderse tras el mostrador.
Al poco rato, el hombrecillo se caminó hacia donde estaba mi primo, los otros dos jóvenes se levantaron de la mesa y corrieron, dejando a Pipo sentado sin poder moverse. El pequeño hombre de papel puso sus manos sobre la cintura, pero luego levantó sus dos brazos y se los colocó sobre su pequeña cabeza, muy levantados, haciéndose la forma de unos cuernos.
Para ese entonces, yo desconocía lo que significaba eso de "ponerle los cuernos" a alguien; en cambio, mi primo, quien sin duda sí conocía el significado, había quedado con la piel muy blanca y una expresión de terror en sus ojos. En ese momento, el búho ululó de nuevo y resonó más fuerte aún. El hombrecillo extendió los brazos al son de los ruidos del búho.
Alguna gente huyó del lugar corriendo; algunos cayeron con todo y sillas antes de poder emprender la carrera, mientras otros se quedaron quietos hablando entre ellos, diciéndose a sí mismos posibles explicaciones de aquel truco.
El mago Tulio se había quedado parado, sin moverse, con la cara confundida.
Don Angelo entonces tomó su bastón y golpeó el piso con él; el buhó se desplomó sobre la mesa para volver a ser un simple pañuelo; el hombrecillo de papel recuperó su peso de papel y fue llevado por una brisa que se había empezado a colar en el lugar.
La gente que se había quedado empezó a reírse, más con nervios que con alegría. Yo me sentí un poco más tranquilo y fue ahí que se me ocurrió ir hacia Pipo, quien pareció sentir cierto alivio de verme. Me tomó del brazo y pude sentir sus manos muy frías y sudorosas, yo me limité a decirle que mi tía le andaba buscando. Pedro llegó para ayudarme a levantarlo de la mesa, pude sentir en Pipo un fuerte aliento a alcohol.
A día de hoy no he logrado recordar cómo fue que nos llevamos a mi primo fuera de las mesas, pues parecía pegado a la silla, solo recuerdo que pudimos ver a don Elías entrar con mucha prisa al rancho y decir el nombre de don Angelo.
El día de feria terminó para mí desde ese momento, pues mis tías nos recibieron cuando salíamos con Pipo fuera del rancho y me pidieron regresar con ellas.
Esa noche, la casa de mi abuela estuvo más llena que de costumbre.
Llamaron al doctor de la familia para que examinara a mi primo; algunos dicen que ya iba con una fiebre muy alta al poco tiempo de salir del rancho, donde había ocurrido lo del hombrecillo de papel; lo cierto es que no solo tuvo la fiebre, sino también la resaca por haber bebido desde la noche anterior.
A mi tío, el padre de Pipo, le dejaron entrar esa noche en casa de mi abuela, con la esperanza de que pudiera contarles algo sobre lo que Pipo había hecho en su casa.
En el vecindario, los rumores corrían ya sobre aquel fantástico acto en el rancho. Doña Rafaela había ido donde el cura para pedirle que bendijera el lugar y que impidiera a don Elías montar el espectáculo de don Angelo, ya que según ella usaba "fuerzas del diablo".
También se hablaba de cómo otras personas que habían presenciado los sorprendentes actos de magia habían regresado con fiebre a sus casas o con "susto", que les impedía contar lo que habían visto.
Al día siguiente, mi madre me prometió dejarme ir a la proyección en el salón de películas con mis amigos, mientras no llamara mucho la atención de mi abuela o de mis tías, pues nos enteramos de que don Elías se había salido con la suya y había logrado conseguir que don Angelo montara su espectáculo esa tarde, a pesar de las protestas de doña Rafaela y otras personas. Mi abuela no estaba muy a gusto con la idea de volver a la feria, si aquel forastero iba a permanecer ahí.
A media mañana, salí al porche de la casa y me senté a tratar de imaginar qué clase de trucos haría don Angelo con aquellas maravillas que cargaba en su baúl, considerando todo el revuelo que había conseguido con un pañuelo y con una hoja de papel; poco nos habría preparado para lo que ocurrió en el salón principal esa tarde.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por una voz de una chica, cuando volví a ver, era Carlota, estaba muy arreglada, como si fuera a ir a una fiesta. Me llamó por primera vez por el nombre con que todos en casa me llamaban, "Miguelito", en lugar de "bicho" o "hey vos", que era como solía decirme.
Mientras se acolochaba una y otra vez los rizos con una mano, me preguntó si era cierto que Pipo estaba enfermo; le dije que sí e intenté contarle la historia completa, pero no me lo permitió, me interrumpió de nuevo para preguntarme - "¿Es cierto que la fiebre que tiene es por mí?".
Pero en eso llegó Pedro para que fuéramos a ver la película, así que le respondí con una carcajada y un simple - "No" - Al tiempo que salía corriendo con mi amigo por la calle adoquinada, en dirección de la feria.
Fin