Previamente: El niño protagonista y su amigo, presenciaron la llegada de un forastero, un hombre alto vestido de blanco. Ambos lo siguen al primer rancho de la feria, donde el enigmático personaje pide ver a Don Elías.
Don Elías, era la persona más rica del pueblo y dueño de la mayoría de las atracciones de la feria.
Pedro y yo comentábamos entre nosotros lo peculiar de aquel forastero, cuando un señor borracho que estaba sentado delante de nuestro poste, empezó a hablarle al extraño.
Resulta que el borracho, era el mago Tulio, el mago del pueblo, quien desde hacía mucho tiempo era quien realizaba en la feria, funciones de magia las noches del sábado y el domingo, sin embargo, luego nos enteramos de que ese año, don Elías lo había reemplazado por este extraño señor "Angelo".
De un momento a otro, el mago Tulio empezó a hablarle al forastero con un tono bastante alto, desafiándole a que le mostrara algún truco que fuera mejor que los de él.
Al ver esto, alguna gente se levantó de su silla para calmar al viejo mago; Doña Rafaela le pidió a alguien detrás del mostrador que le bajara volumen a la música. Pedro y yo también nos moríamos por saber qué iba a pasar.
Don Angelo se sacó un pañuelo de su camisa, un pañuelo de color gris claro con unos caballos blancos bordados, se lo pasó por la frente para secarse el sudor y luego puso su maleta sobre una de las sillas.
La maleta parecía más bien un baúl de madera, que tenía grabado un sorprendente dibujo de una sirena con una corona y un cetro; alrededor de ella, varias criaturas marinas parecían bailar en círculo.
Al abrirla, el interior era dorado y vimos que contenía unos muñecos con formas muy extrañas, uno tenía un turbante, otro parecía un hombre con cabeza de cuervo, otra era una muñeca de piel blanca con el pelo rojo y eso fue todo lo que recuerdo, ya que solo tuvo la maleta abierta unos segundos. Pedro y yo nos volvimos a ver, maravillados.
El mago Tulio, a quien habían logrado convencer de sentarse, chilló de indignación, reclamando que sus actos de magia habían sido reemplazados por un "barato show de títeres".
Yo debí haber estado tan asombrado con aquellos muñecos que no me di cuenta de que don Angelo había sacado de la maleta un reloj de bolsillo de color plateado. Lo miró de cerca como para cerciorarse de la hora y luego lo guardó en su saco, después invitó al mago Tulio a un café; la cara de don Angelo no parecía cambiar nunca, siempre estaba sonriente.
Pedro y yo salimos de nuestro escondite para ver y escuchar mejor, ya que de todas maneras todo el mundo estaba pendiente de ver qué hacían aquellos dos hombres. Ante la negativa del mago a aceptar la invitación de don Angelo, este último se levantó y como era muy alto, todos nos sorprendimos un poco.
De inmediato, sacó de nuevo su pañuelo gris y con un rápido movimiento de sus manos empezó a doblarlo de formas muy extrañas, tanto que a mí no me pareció que lo estuviera doblando, sino más bien pellizcando.
Cuando hubo terminado, le sostuvo en la palma de su mano, el pañuelo tenía ahora la forma de un tecolote, como les decíamos a los búhos en el pueblo. A mí me sorprendió lo bien que se veía aquel búho, sin embargo, parecía muy poco truco para un reto de magia.
El mago Tulio no pudo evitar resoplar de forma burlona, pero en ese momento se escuchó un fuerte ulular.
La mayoría de la gente teníamos la mirada en el mago Tulio, quien acaba de burlarse, pero en ese momento regresamos la mirada a don Angelo. Aquel sonido parecía haber salido del pañuelo en forma de búho que tenía en la mano.
Al instante, volvió a hacerlo, esta vez tan fuerte que resonó en todo el rancho y a mí me pareció que el pañuelo se movía por sí solo. Doña Rafaela, se persignó al mismo tiempo en que invocó a la Virgen María.
El mago Tulio había quedado en silencio, con los ojos entrecerrados, como si quisiera descubrir cómo hacía don Angelo aquel truco. Al cabo de un instante, dijo la palabra "ventrílocuo"; la dijo unas veces más, quizás para asegurarse que la estaba diciendo bien, pues estaba bastante borracho. Al fin la gritó con mucha fuerza - ¡Ventrílocuo!
Don Angelo bajó su pañuelo con forma de búho y lo puso sobre la mesa, el búho quedó muy bien parado sobre el mantel.
A medio camino de las mesas había quedado parado el mesero, con el agua y el café; don Angelo le indicó que se acercara, agarró el vaso con agua y le indicó que pusiera la taza de café sobre la mesa.
Se tomó el agua de un solo trago y luego preguntó a unos jóvenes de la mesa de al lado si tenían un papel que le pudieran prestar. Los muchachos eran tres y los de ambos lados le pidieron al del centro que le entregara un envoltorio de dulce que tenían sobre la mesa.
En ese momento, Pedro me dio un codazo para señalarme con el dedo que el joven del centro, que en ese momento le pasaba el envoltorio de color rojo a don Angelo, era nada menos que Pipo, mi primo.
La historia continúa